Si las producciones teatrales dan pérdidas, ¿cómo es que las seguimos haciendo?

El público que asiste a las obras de la Avenida Corrientes es cada vez más chico, pero las producciones en cartel son cada vez más.

Érase una vez una Avenida Corrientes de cuadras y cuadras de luces, colores y plumas. Allí residían todas las estrellas del teatro argentino. Todas las noches, la calle estallaba al término de las funciones. Estaban aquellos que iban de traje y tapados de piel de animal, y también aquellos que preferían ver los espectáculos que brindaban las vedettes del Teatro Maipo.

Hoy en día Corrientes está muy cambiada. Los teatros y equipos de luces están añejados. Sus butacas están gastadas y vencidas en el centro. Los espectáculos mostrados en las marquesinas cambian cada dos semanas. Ya nada dura más de un año en cartel. Pero el cambio más grande es el cultural: ir al teatro no es un evento elitista (de hecho, casi no es un evento). Sin embargo, llama la atención que la cantidad de obras que se ofrecen es cada vez mayor.

“Falta un público masivo. Hay mucha oferta pero no tanta cantidad de gente que esté dispuesta a pagar una entrada”, comenta Alejandra Virkel, una joven productora de teatro independiente. He ahí la causa de la inminente muerte del teatro argentino: si bien no hay una audiencia que vea los espectáculos, sigue habiendo la misma cantidad de obras en cartel.

Milagros Polledo, coreógrafa de varias obras en la avenida, estableció: “El problema es que el teatro no está del todo insertado en la cultura, y por otro lado, la gente que lo consume no llega a ser suficiente para abastecer la oferta”.
Es sorprendente que Corrientes y sus calles aledañas sigan plagadas de producciones. ¿Por qué y cómo, si la economía y los cambios culturales no lo permiten hace unos años, se siguen proponiendo nuevos espectáculos?

En los últimos años se ha puesto de moda el formato de producción “cooperativa” en el que ningún miembro del equipo cobra durante los meses de ensayo. Es decir, nadie se beneficia con los ingresos hasta que comienzan las funciones con entradas pagas. Y, aun así, primero se debe pagar la sala y recién después, si sobra dinero (que nunca sobra) el equipo cobra un porcentaje del total.

En 30 funciones, en un plazo de seis meses, un actor puede llegar a cobrar mil pesos. En la mayoría de los casos, nadie cobra jamás. En una producción con un elenco de 12 personas, tampoco cobran ni el director, el productor, sus asistentes, el stage manager, el escenógrafo, los maquilladores y peinadores, etc.

Nicolás Roberto, director de musicales como Tick, tick… BOOM!, Company y Dentro del bosque, opinó: “Las cooperativas son más eficientes desde lo artístico. Quienes las conforman están realmente dispuestos a dar todo para que una obra llegue a buen puerto”. El problema es que este tipo de producciones duran muy poco tiempo. Por ejemplo, el musical Ghost (basado en la reconocida película de Demi Moore y Patrick Swayze) se presentó por 14 funciones únicamente. Este dato habría que compararlo con los 27 años que lleva en Broadway la aclamada pieza de Andrew Lloyd Weber, El fantasma de la ópera.

La incógnita que persiste es quién en su sano juicio se sometería a trabajar horas y horas en una producción que no le genere ingresos. “Por amor al arte”, explicó resuelta Polledo. “El que es actor, quiere actuar y hace lo que sea para lograrlo”, agregó la bailarina. Los ingresos los generan durante el día con un trabajo alterno. En muchos casos, estos trabajos poco tienen que ver con el arte.

Existen también las producciones que pagan un sueldo a sus empleados. Roberto opinó que este tipo de espectáculos son mejores en un nivel económico. “Todos cobran, entonces su compromiso con el proyecto es monetario”, explicó el director. Pero además opinó que no se generan las mismas ganas de apoyar a la producción como sucede en las cooperativas.

Independientemente del modo de producción que se elija, la realidad es que todos los años se ofrecen alrededor de 200 espectáculos distintos cuyas entradas salen alrededor de 300 pesos. Pero parecería haber más personas dispuestas a trabajar gratuitamente a aquellas que quieren verlos. Este sistema, que parece imposible de sostenerse por sí solo, no morirá mientras exista “el amor al arte”.

Un ingeniero artista

Nicolás Roberto tiene dos debilidades: la dirección de actores y las planillas de Excel. Egresado de la carrera de Ingeniería Industrial del ITBA, Roberto pasó todos los años del secundario protagonizando las obras teatrales de su colegio, el Florida Day School. Él afirma que su título de ingeniero le proporcionó un ojo más crítico a la hora de dirigir obras y además le permitió aprender una forma de trabajo más pragmática. A sus actores les entrega documentos hechos en Excel para explicarles los movimientos en el escenario, como lo haría cualquier buen ingeniero industrial. Lejos de ser “cuadrado” como se suele estereotipar a la gente que estudia las ramas de las ciencias exactas, Roberto es una mente creativa que incita a sus equipos artísticos a crear con él. Siempre inicia los primeros ensayos de un elenco diciendo: “No les voy a decir qué hacer. Ustedes propongan y yo los encauso”.

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